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“No he muerto”

“No he muerto”

“No he muerto”

“NO LLORES AL PIE DE MI TUMBA.

NO ESTOY ALLÍ.

NO HE MUERTO.”

● Estas palabras son la traducción de los versos finales de un poema muy conocido en el mundo anglosajón que ha consolado a un gran número de personas por décadas. Se ha atribuido su autoría a diversos poetas, y hay quienes dicen que se trata de una oración funeraria del pueblo navajo.

Hace unos años, este poema se convirtió en una exitosa canción en Japón, aunque hay que decir que también suscitó gran confusión. En este país, la gente acostumbra visitar la tumba de sus familiares para honrarlos, pues cree que aún siguen con vida allí; pero debido a que la canción afirma lo contrario, muchos se han preguntado: “¿Dónde están realmente los muertos?”.

Si bien los japoneses budistas han celebrado desde antiguo funerales, velatorios y misas de difuntos, muy pocos pueden contestar a las preguntas: ¿Dónde están los muertos? ¿Van los muertos de otras religiones y nacionalidades al mismo lugar? ¿Por qué no responden los muertos?

Muchos consideran que tales interrogantes carecen de respuestas y que buscarlas es perder el tiempo; aun así, tal vez usted siga interesado en esta cuestión. ¿Dónde hallar las respuestas? La Biblia dice que Dios creó a la primera pareja humana perfecta y que le dio como hogar un bello jardín. Tenían la posibilidad de vivir eternamente en el Paraíso terrenal siempre y cuando lo obedecieran; pero no lo hicieron.

Por esa razón, Dios los echó del Paraíso y dejó de sustentarles la vida. Las consecuencias de su desobediencia se resumen en esta sentencia divina: “Polvo eres, y al polvo volverás”. Como vemos, el hombre fue formado del polvo, y con el tiempo —al morir⁠— regresa al polvo (Génesis 2:7; 3:19, Nueva Versión Internacional).

El cuidador de un cementerio de la ciudad japonesa de Kofu dijo: “Cuando deposito las urnas en los nichos, están llenas de huesos y cenizas; a los cinco años van por la mitad, y a los diez ya no queda nada”. En efecto, nuestro cuerpo está compuesto de los elementos del suelo, y con la muerte se inicia un proceso de descomposición por el que se convierte gradualmente en polvo otra vez. ¿Qué nos queda entonces?

La muerte pone fin a nuestra conciencia; pero el Creador, que está al tanto hasta de cada gorrión que muere, nos recuerda con amor (Mateo 10:29-31). Conforme a su promesa, él nos resucitará, sí, nos despertará del sueño de la muerte y hará que volvamos a la vida (Job 14:13-15; Juan 11:21-23, 38-44).

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